Una visita fugaz a la utopía Freedonia

(Foto: Jaime Massieu)

Con doce músicos sobre el escenario, Freedonia ilustra la importancia del colectivo, al tiempo que actualiza el potente protagonismo de las grandes cantantes del soul (Foto: Jaime Massieu)

Texto: JOAN PEDRO

Utopía soulera que, como no podía ser de otra manera, toma del pasado algo que nunca murió y te fija momentáneamente en un presente que sólo puedes vivir como una proyección de la música que quieres que te acompañe en el futuro. Y cuando digo música, me refiero a ese todo que no puede expresarse, sólo vivirse. Aquello que condensa lo mejor de la vida. Es cuando Maika Sitté y la tropa de Freedonia se convierten en la encarnación de la libertad,  la felicidad,  la pasión y el coraje. Y cuando estos sentimientos dejan ser conceptos fríos y manidos, para irrumpir desde las entrañas, despertando al duende “en las últimas habitaciones de la sangre”, como dijera Lorca, quemándola “como un tópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida”.

Freedonia transmiten, tienen la capacidad de emocionar, tanto en sus propios baladones tipo “Heaven Bells” y “Beggin’ you” como en el dilatado desenfreno de “Shake” (Sam Cooke, 1964) y “Running to Nowhere”, en las que el baile, la voz y la garra de Maika se comen el escenario. Te dejan fascinado. Y boquiabierto con una versión certera de “Don’t Let Me Be Misunderstood”, una apuesta valiente por la dificultad de estar a la altura del tema, pero agradecida porque cuando la clavas en una versión con marcha, está destinada a romper. Sam, Tina, Otis y Nina permean en tu cuerpo, pero en la singularidad de una banda potente y una artista original y completa. Es diversión pura, de la que te hace sonreír y mover el boogie, el booty y hasta las pestañas. Pero también de la que te estremece y te hace sufrir el soul dentro del cuerpo y del cerebro. Te golpea cuando el R&B es eso, Real Black, como dijo el gamberrete Little Richard. En la voz, en el funk, en la energía, en la actitud y en la presencia.

Así sentí yo el concierto de Freedonia: mucha calidad y mucha diversión. Creo sinceramente que Freedonia es una de las mejores bandas de música negra de hoy y su concierto una explosión. Satisface el hambre de una cultura libre, alegre y desinhibida. Uno de los oasis que deberían multiplicarse para que los jóvenes y los no tan jóvenes encuentren un movimiento cultural (o varios) del que, como ha sucedido en el pasado, puedan decir con orgullo aquello de yo estuve allí y valió la pena. Sin embargo, también me quedé con la sensación de que una parte del público estaba un tanto inhibida, un poco sosa, algo alejada de las llamas de Maika, llegando a soltarse solamente hacia el final del concierto. Tal vez me equivoque, pero no vi esa pasión que debería surgir cuando se ama algo que te lo da todo, como sí sucede en los campos de fútbol, en las fiestas de mi pueblo o en bandas que tienen fans de larga tradición que cantan todas las canciones, concierto tras concierto, con el mismo apego emocional.

Con el tiempo, cuando la mayor parte del público aprenda las letras y las haga suyas, creo que se llegará al soy vuestro para siempre, a lo que permite el júbilo fraternal en esa simbiosis entre artistas y público, que está en los orígenes de la música negra. La fuerza de Freedonia irá conquistando corazones, piernas y mentes. A seguir llenando de contenido el imaginario Freedonia con garra, esencia, ambición y rebeldía, para que la utopía siga caminando.

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