Otra vuelta de tuerca: Apropiación cultural en la era del big booty

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Nicki Minaj en el videoclip de “Anaconda” (2014)

Texto: JOSEP PEDRO

Originalmente publicado en el número 1 de la Revista Unstate (2015). Véase aquí.

En el último año, la música popular mainstream que se difunde global y masivamente desde EE.UU. ha experimentado una nueva vuelta de tuerca, en consonancia con su permanente y selectiva apropiación de la cultura del hip hop (en particular del modelo gangsta), y de las mezclas entre música electrónica y ritmos típicamente latinoamericanos. Independientemente de su calidad musical, el lucrativo espectáculo multimedia de las grandes estrellas del Pop/R&B actual ha contribuido a un intenso y discutido proceso de radicalización formal de la música mainstream, marcado por la omnipresencia de una sexualidad y violencia cada vez más explícitas. En este fenómeno general, que ha suscitado etiquetas como “pornocultura” y “pornificación cultural”, el papel central de las mujeres resulta especialmente interesante, puesto que ha generado una serie de debates sobre la sexualidad femenina relacionados con la evolución y apropiación histórica de la cultura afroamericana.

El  pasado septiembre, la revista Vogue (García, 2014) declaraba “oficialmente” la llegada de la era del “big booty” (culos grandes). Señalando la ubicuidad de las nalgas femeninas en la cultura popular, desde los videoclips a las redes sociales de las celebrities, la revista recogía una tendencia dominante en la industria musical hegemónica, cuya consolidación actual se ha vinculado a una serie de figuras e imágenes. Entre las “nuevas” estrellas situadas en el hip hop y el mainstream han sobresalido la trinitense Nicki Minaj y la australiana Iggy Azalea, cuyas personalidades artísticas están íntimamente vinculadas a sus amplios y provocativos traseros. Algunos ejemplos de su éxito comercial y sexualización explícita en videoclips incluyen “Starships” (2012), “High School” (2013) y “Anaconda” (2014) de Minaj, y “Pu$$y” (2011) y “Work” (2013) de Azalea. Estas cantantes-raperas comparten lugar y rivalidad en el stardom comercial, donde representan polos opuestos y complementarios. Desde su posición de mujer mulata y de cuerpo curvilíneo, Minaj defiende una idea de autenticidad anclada en el hip hop y en la cultura negra. Aunque ésta es una característica presente también en otras estrellas femeninas, su principal poder reside en la capacidad para seducir y aniquilar según su conveniencia, tanto a hombres como a mujeres. Por otra parte, Iggy Azalea simboliza la apropiación blanca de tradiciones afroamericanas, en particular del hip hop y de su lenguaje callejero. Una mirada comparativa a los vídeos de “Pussy” y “Work” descubre su doble voluntad de rodearse de mujeres negras que aporten autenticidad a su producto, y de inscribirse discursivamente en una narrativa de trabajo duro desde abajo, reminiscente del white trash.

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El ‘lapdance’ de Iggy Azalea en “Work” (2013)

Tanto Minaj como Azalea han contribuido a la popularización pública del twerking –uno de los bailes sexuales en los que las mujeres doblegan sus torsos y agitan las nalgas, cuyo desarrollo original está vinculado a la música bounce de Nueva Orleans y a la cultura afroamericana del gueto. Junto a su protagonismo creciente, emergió el twerking televisado de Miley Cyrus, entonces inmersa en su convulsa y diseñada transformación de niña inocente de Disney en mujer sexualmente liberada y exitosa en el mundo adulto. Además del preciado ruido mediático generado, la actuación de Cyrus le valió numerosas críticas por apropiación cultural estereotípica, propiciadas tanto por su medido y lascivo twerk a Robin Thicke (cuyo éxito “Blurred Lines” ha plagiado “Got To Give It Up” de Marvin Gaye) como por la forma en la que sacudía y golpeaba las nalgas de las voluminosas bailarinas negras de su espectáculo. Su legitimidad para tomar un baile codificado socialmente como “negro” y representarlo hasta convertirse en una abanderada pública también fue puesta en duda. No solo le faltaba preparación y conocimiento, sino que además su delgada y rectilínea figura contrastaba con los culos grandes del imaginario del bounce. Por ello, se dijo que a Cyrus le faltaba gracia y carne para hacer twerking. Como el de tantas otras estrellas que han apropiado y transformado el desarrollo de expresiones culturales afroamericanas en la esfera mainstream, el caso de Miley expone la tensión entre la renovada visibilidad e impacto público que sus actuaciones proporcionan a una forma expresiva previamente marginal, y la reiteración del enriquecimiento comercial (tradicionalmente “blanco”) alcanzado a costa de expresiones de origen afroamericano, cuya autenticidad termina reconfigurándose o diluyéndose.

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Miley Cyrus hace twerking rodeado de mujeres negras, “We Can’t Stop” (2013)

Minaj, Azalea y Cyrus no están ni mucho menos solas en la difusión de bailes relacionados con la exhibición de las posaderas y la perpetuación del cuerpo femenino como objeto de deseo en el mundo contemporáneo. Las incombustibles Beyoncé y Rihanna, principales representantes del R&B actual y símbolos ambiguos del triunfo económico de las mujeres afroamericanas, también han tomado parte activa, si bien sus trayectorias tienen su propias particularidades. De Beyoncé podemos citar la canción “Bootylicious” (Destiny’s Child, 2001) como un antecedente de esta fiebre, y “Partition” (2014) como un ejemplo en el que reafirmaba su poder y sensualidad a través de su cuerpo y relato. De Rihanna, además de sus provocativas fotos en Instagram y sus desnudos filtrados, destacan su twerking en “Pour It Up” (2013) y su vídeo pseudo-lésbico con Shakira, “I Can’t Remember To Forget You” (2014). Además, la ya veterana Jennifer López, cuyo trasero –se dijo– estaba asegurado en un millón de dólares, no quiso perder más terreno en esta guerra de popularidad, en la que, como señala la profesora Tricia Rose en relación al hip hop, la explotación del cuerpo femenino es requerido como un imperativo de la industria. Tras un lanzamiento “fallido” junto a Pitbull, la cantante neoyorkina optó por asociarse con Iggy Azalea para publicar una segunda versión más explícita y popular de “Booty”, con la que competir con los récords de reproducciones alcanzados por los videoclips de “Wrecking Ball” (2013) y “Anaconda” (2014). Según Rolling Stone (2014), Minaj alcanzó 19,6 millones de reproducciones en Vevo en un solo día, batiendo la anterior marca de 19,3 millones lograda por Cyrus.

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“Pour It Up” (2013) de Rihanna muestra la interrelación entre la exhibición corporal y el dinero

La celebración y competición de los culos grandes ha trascendido más allá de la producción musical mainstream, impregnando diversos ámbitos de la cultura y el entretenimiento de masas en forma de prensa rosa descontextualizada de problemáticas sociales. Kim Kardashian, una “it girl” televisiva o mujer objeto cuya ascensión a la fama ha ido ligada a la filtración de vídeos sexuales y a la cuidadosa exhibición de su trasero, ocupa un lugar privilegiado en este escenario. Un pequeño pero ilustrativo ejemplo de su presencia es que numerosos periódicos nacionales “serios” como ABC, El Economista o El Mundo dedican reiterada atención a sus gestos cotidianos. En El Mundo (2014), aprovechando el tirón que proporciona reproducir fotos sexys de mujeres en Internet, la describen como una diosa, llamándola la “nueva afrodita”.

Kim y sus nalgas acaparan la atención del equipo en una sesión fotográfica en Tailandia

Kim y sus nalgas acaparan la atención del equipo en una sesión fotográfica en Tailandia

Aunque son corporal y artísticamente distintas, todas estas celebrities comparten una reivindicación común sobre la naturalidad de sus cuerpos. Minaj, Azalea y Kardashian reinvidican abiertamente los cuerpos con curvas, creyendo romper así con los cánones de belleza hegemónicos de mujer delgada. No obstante, sus discursos están rodeados de todo tipo de rumores sobre operaciones estéticas, formas corporales irreales y retoques digitales. Nos hallamos, por tanto, ante una simulación manipulada del cuerpo femenino, donde la novedad es que se premia y se erotiza una mayor voluptuosidad. De este modo, la representación dominante de la sexualidad femenina en la cultura del hip hop, donde sobresalía la fetichización de mujeres negras con culos grandes y balanceantes, ha sido integrada y transformada en el mainstream. En este proceso, mujeres blancas inspiradas por el twerking y/o el hip hop han adoptado estos modos de representación desde posiciones sociales distintas, consolidando el big booty como reclamo y seña de identidad común con la que alimentar la voracidad consumista. Un ejemplo exitoso y colorido es el de Meghan Trainor y su “All About That Bass” (2014), una supuesta reivindicación de representaciones realistas y “auténticas” de las mujeres que se mantuvo ocho semanas en el número 1 de ventas, batiendo un record anterior de Michael Jackson. Poco después fue eclipsada por “Shake It Off” (2014) de Taylor Swfit, otra canción claramente pop que, en su pretendido multiculturalismo, apropia elementos del hip hop a través de una caricatura que incluye twerking con bailarinas negras, cadenas de oro como atuendo y breakdancing en torno a un radiocasete.

Beyoncé luce silueta en "Partition" (2014)

Beyoncé luce silueta en “Partition” (2014)

Sin duda, el baile ha tenido históricamente un potencial liberador fundamental, especialmente en las tradiciones conectadas con la diáspora africana. En sus comentarios sobre la película School Daze (Spike Lee, 1988), la autora feminista bell hooks (1992: 63) señala que la representación de culos negros, rebeldes y escandalosos dota de dinamismo y agencia a cuerpos femeninos previamente silenciados, pasando de la vergüenza a la aceptación propia y el orgullo. En este sentido, diversos trabajos (Yeagle, 2013; McMillan, 2014) han destacado la también la creatividad performativa de Nicki Minaj, así como su proceso de empoderamiento hasta triunfar en un mundo típicamente misógino en el que ella misma se ha (re)presentado como una “mala guarra” (bad bitch). En esta celebración de la individualidad y el triunfo comercial, el culo gordo negro que estaba previamente estigmatizado aparece reconvertido en un emblema identitario a través del cual se consigue escalar socialmente. Inscrito en la industria hegemónica, este culo sigue simbólicamente anclado en el lado salvaje del hip hop y en la problemática glorificación del gueto. Ésta tiende a perpetuar una representación de la cultura afroamericana vinculada a un fenómeno urbano enraizado en la desigualdad y la pobreza. Al mismo tiempo, la apropiación por parte de artistas y famosas mujeres blancas ha creado nuevas versiones del big booty, que han fomentado su omnipresencia en la cultura mainstream y el lucrativo negocio de las celebrities. A través de ellas, la vinculación con el hip hop y el gueto se difuminan, y el twerking aparece como una libre opción de divertimento corporal o inter-“racial”, donde la cultura afroamericana ejerce de depósito para la búsqueda de nuevas emociones. En este sentido, cabe añadir también la delirante variante “deportiva” de estrellas de red social como Jen Selter. En ella, la pomposa exhibición de un supuesto culo perfecto se enmascara entre discursos de sacrificio personal, autoestima, salud y capacidad de superación.

Frente a la idea de empoderamiento, el argumento contrario sostiene que asistimos a un proceso de explotación y auto-explotación del cuerpo femenino que perpetúa su mercantilización. En este sentido, destaca la comparación establecida entre las celebrities culonas de hoy y la esclava africana Sara Baartman, conocida como la Venus de Hottentot. A principios del siglo XIX, Bartmaan fue exhibida como atracción circense alrededor de Europa, donde emergió una fascinación humillante por su voluminoso cuerpo y sus exuberantes nalgas, amparada por el racismo científico del colonialismo. Hoy el parecido entre su figura y la de Nicki Minaj resulta asombroso y revelador de un cambio de contexto y valores: donde había sometimiento y degradación forzada hoy encontramos una ambigua proclamación de la libertad individual y el poder del cuerpo. Si la exuberante figura de Baartman era en parte el resultado de una enfermedad caracterizada por la acumulación de excesivas cantidades de grasa en los glúteos (esteatipigia), la insistencia actual en la naturalidad extraordinaria de estos culos nos remite a la consideración de cuerpos y sexualidades desviadas de la norma, que son capaces de generar grandes ingresos.

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La Venus de Hottentot, Sara Baartman, en el Museo del Hombre de París.

Convertidos en productos en sí mismos, los cuerpos de estas estrellas son difundidos y discutidos en medios de masas, redes sociales e investigaciones académicas. De fondo, se observa una profunda tensión entre dos grandes visiones: una que defiende y se ampara en la celebración de la liberación sexual y la diversidad étnica como símbolos de un mundo postmoderno y post-“racial”; y otra más típica de la modernidad, que recuerda insistentemente que estos procesos esconden luchas de poder históricas con importantes repercusiones para la identidad colectiva de las mujeres y el desarrollo de nuevas generaciones. El hecho es que esta pauta, también reminiscente de la sexualización primitiva o animal de Josephine Baker y Tina Turner, está ya marcada. Pese  a la actual variedad de propuestas artísticas y la continua reinterpretación de los grandes géneros afroamericanos (blues, jazz, soul, hip hop), a la esfera mainstream que construimos entre público, industria y medios cada vez le interesa más el sexo y la violencia. En ese camino, hay un espacio intermedio entre las visiones dominantes sobre este debate por resolver; una cruda ruta en la que el empoderamiento y la explotación van de la mano, como dos caras de una moneda capitalista que puede llevarte a la fama.

Referencias:

García, Patricia (2014): “We’re Officially in the Era of the Big Booty”, Vogue, 9 de septiembre. http://www.vogue.com/1342927/booty-in-pop-culture-jennifer-lopez-iggy-azalea/

hooks, bell (1992): Black Looks. Race and Representation. Boston: South End Press.

McMillan, Uri (2014): “Nicki-aesthetics: the camp performance of Nicki Minaj”, en Women & Performance: a journal of feminist theory, 24:1, 79-87.

Yaegle, Anna (2013): Bad Bitches, Jezebels, Hoes, Beasts, and Monsters: The Creative and Musical Agency of Nicki Minaj. Case Western Reserve University: Tesis.

[Sin firma] (2014): “Kim Kardashian, la nueva afrodita”, El Mundo, 27 de junio. http://www.elmundo.es/album/loc/2014/06/26/53aadf95e2704e027a8b457a.html

[Sin firma] (2014): “La ‘Anaconda’ de Nicki Minaj rompe el récord de Miley Cyrus en Youtube”, Rolling Stone, 23 de agosto.
http://rollingstone.es/noticias/la-anaconda-de-nicki-minaj-rompe-el-record-de-miley-cyrus-en-youtube/

 

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