El desencanto con la crítica musical y el jazz en CTXT

El cuarteto clásico (John Coltrane, Elvin Jones, Jimmy Garrison y McCoy Tyner) tocando en el estudio (Foto: Jim Marshall)
Texto: JOSEP PEDRO
Uno de los aspectos más preocupantes sobre el periodismo musical en España es la distancia y disonancia existente entre la rica realidad de las escenas musicales y la cobertura que los medios (sobre todo los tradicionales) hacen de ella. La escena de blues española (la que conozco más de cerca) apenas aparece en los medios y, cuando lo hace, tiende a ser por grandes conciertos o fallecimientos; ocasionalmente para ofrecer un discurso generalista sobre los músicos locales, atractivo pero impreciso y demasiado esquemático para los públicos y los participantes comprometidos de la escena. Ante la insatisfacción y el desencanto, los propios participantes desarrollan iniciativas de documentación y periodismo; revistas, webs y programas de radio que se prolongan durante décadas y que contribuyen a una conversación y un archivo más complejo sobre su historia y memoria. La escena de jazz disfruta de una mayor presencia y cobertura en los medios españoles, acorde con el mayor reconocimiento simbólico y el prestigio atribuido al género. Sin embargo, la relación entre los medios y los aficionados al jazz resulta igualmente conflictiva, e incluso más, pues la publicación de más textos periodísticos deja también más errores, clichés y oportunidades perdidas.
La precariedad del periodismo musical, la reiteración y explotación de lugares comunes con objetivos comerciales y, sobre todo, la frívola falta de rigor y cuidado por ofrecer una información correcta y detallada son los rasgos más negativos de la cobertura mediática del jazz en España (El País, ABC, El Confidencial, CTXT, El Español, etc.), como destaca desde hace años el investigador especializado Fernando Ortiz de Urbina (El Diario Vasco, Cuadernos de Jazz, Jazz of the Record, etc.). Durante la conmemoración del 30 aniversario de la muerte de Chet Baker, por ejemplo, Fernando lamentó el extendido amarillismo (el énfasis en lo sórdido de su vida frente al valor de su obra) y señaló dos fragmentos de “Chet Baker, los ingredientes de un mito en crecimiento” (El Español, Andrés Rodríguez, 06/05/2018) en un irónico post titulado “‘Periodismo’ ‘musical’, España 2018”. Valga con citar la airada e incorrecta sentencia empleada para realzar el carácter pionero atribuido a Baker como músico blanco de la costa oeste: “Hasta mediados de los cincuenta el jazz era negro y se grababa o en Nueva Orleans o en la Costa Este, en Harlem” (Rodríguez, 2018). “Bye, bye Bix [Beiderbecke] & Tram [Frankie Trumbauer], Eddie Lang, Benny G[oodman], Jack T[eargarden], Joe V[enuti], Red Norvo, Bud F[reeman], Django [Reinhardt], Woody Herman…” (Facebook, 07/05/2018), replicó Fernando, recordando a músicos de jazz blancos desde los años 1920. Quizás no deba exigírsele al periodista que conozca todos estos detalles pero sí, indudablemente, mayor prudencia y humildad para evitar afirmaciones erróneas de trazo grueso.
“Reivindicar una crítica musical digna y honesta es una prioridad” para la periodista musical de jazz Mirian Arbalejo (Missingduke; Jazz Journalist Association), que considera que “el problema es sistémico” (conversación personal, 14/07/2018). Le preocupa el escaso afán divulgativo y formativo del periodismo musical, y también el vínculo creciente entre el periodismo y la promoción de artistas y festivales. De hecho, hizo público que un festival para el que quería acreditarse como periodista exige como requisito explícito que previamente publiques o compartas algún contenido sobre el evento: “Imaginad mi estupefacción cuando la condición imprescindible para gestionar una acreditación es ejercer de publicista y community manager de un festival” (Arbalejo, “La Crítica Musical en el siglo XXI”, 25/06/2018).
¿Está CTXT a la altura de lo que los aficionados esperan de la crítica musical? No son pocos los textos sobre jazz publicados por CTXT en su sección de culturas, artes y letras, si bien algunos también han acumulado críticas por parte de periodistas, músicos y aficionados. El desconcertante titular “La baronesa Nica, puta de los negros” (Ayax Merino, 09/03/2016), dedicado a la conocida mecenas del jazz Pannonica de Koenigswarter, todavía es recordado como uno de los puntos “álgidos” de la cobertura del medio. Ciertamente, en este y otros textos, Merino destaca el apoyo que la baronesa brindó a los músicos de jazz afroamericanos, lo cual permite entender ese título como irónico. Pero, aun así, el reiterado tono burlón empleado para hablar de esta “señorita pudiente, muy pudiente” y, sobre todo, la identificación que se sugiere al apropiar los insultos sexistas y racistas para titular el texto resulta excesivamente ambigua, demasiado distante e incluso ofensiva para tratarse de tan emblemática mecenas (figura muy añorada en la escena contemporánea). ¿O es que debemos asumirlo como una estrategia de provocación para atraer incesantes clicks y aumentar el tráfico –algo contrario a las pretensiones de este medio?
Más recientemente, la publicación del “nuevo” disco de John Coltrane, Both Directions at Once: The Lost Album (Impulse, 2018), producido a partir de una grabación inédita de 1963, ha vuelto a suscitar el descontento y la demanda de un periodismo musical más serio e informado. Compartiendo públicamente la reseña de Ignacio Sánchez-Cuenca, “Ur-Coltrane” (CTXT, 10/07/2018), el músico de jazz Albert Bover lamentó el personalismo del autor y el escaso enriquecimiento de la lectura: “Cuando leo un artículo de crítica musical, (…) lo que quiero es al final saber más sobre lo que he leído, haber aprendido algo, haber establecido alguna conexión y resonancia que no existía de forma tan clara antes de leerlo, y no la mera opinión personal de los gustos del crítico, que nos enseña su ombligo” (Facebook, 12/07/2018). Sin embargo, este texto de Sánchez-Cuenca poco tiene que ver con ese periodismo reposado y analítico, cuidadosamente editado y verificado, que predica CTXT y por el que es reconocido en otras áreas. Y hay que decir que en el campo del jazz, CTXT se aleja de los criterios y sensibilidades de gran parte de los aficionados y conocedores.
Afortunadamente, en mi opinión, el hallazgo del disco de Coltrane ha despertado un interés mediático poco habitual y está siendo muy comentado globalmente. La web especializada All About Jazz, por ejemplo, incluye cuatro reseñas del disco (tres en inglés y una en italiano), donde se le otorga una valoración muy alta. Both Directions at Once invita a disfrutar de la interpretación de un músico emblemático, conocido por su carácter innovador, en un momento especialmente interesante de su trayectoria artística. Con su poderosa “voz” (saxo tenor y soprano), Coltrane está al frente de su “cuarteto clásico” (McCoy Tyner al piano, Jimmy Garrison al bajo, Elvin Jones a la batería), una de las formaciones más admiradas de la historia del jazz, y se encuentra en un lugar de encrucijada creativa, que se explicita en el título del disco (“En dos direcciones al mismo tiempo”, un comentario que al parecer Coltrane hizo a su colega Wayne Shorter). No obstante, lejos de comulgar con sus homónimos, de acompañar el tono de lo que considera “‘ruido mediático’”, Sánchez-Cuenca prefiere distinguirse individualmente e ir a la contra, dejando claro –con ligereza, escasos argumentos e importantes lagunas– lo difícil que es impresionarle: “Se habla del descubrimiento como si fuera el hallazgo de Lucy, el eslabón perdido en la cadena evolutiva que va del mono al ser humano. (…) Tras un par de audiciones atentas, estoy en disposición de dar un diagnóstico sobre Both Directions at Once, tal es el título: no es para tanto”. Además de con la gran mayoría de la crítica y el público, esta afirmación escasamente informativa contrasta, por ejemplo, con las palabras del sabio colega y rival de Coltrane, Sonny Rollins, para quien el descubrimiento ha sido “como encontrar una nueva habitación en la gran pirámide de Egipto”.
Reconocemos que, como es propio de buena parte de la prensa (musical) y de la cultura del jazz, esta misteriosa historia de recuperación ha atraído hipérboles y grandes titulares, pero lamentamos el modo en que el autor aprovecha la ocasión para tratar de fortalecer su opinión sin razones consistentes, animando al público a que se desentienda de lo que parece considerar un producto meramente promocional, dirigido al “carácter un tanto neurótico del aficionado al jazz”. En primer lugar, como señalan distintas voces críticas (incluso en los comentarios del texto), el autor cuenta que escribe sobre Both Directions at Once por encargo, lo cual sugiere desinterés o indiferencia inicial ante su publicación. Más sorprendente y grave resulta el hecho de que no mencione la inclusión de las composiciones originales inéditas, todavía por titular, “Untitled Original 11383” y “Untitled Original 11386”, que sólo podemos conocer por este disco. Tal es su rechazo, que ni siquiera ofrece al lector la oportunidad de escuchar el disco en la web mientras lee el texto. Prefiere insertar A Love Supreme (Impulse, 1965), uno de los discos más canonizados de Coltrane. Pero ¿de verdad proporciona la comparación con esta obra culmen el mejor medio para valorar Both Directions at Once?
El desprecio categórico con el que se refiere a las distintas interpretaciones de una misma composición (alternate takes) también resulta decepcionante, sobre todo porque hablamos de jazz y de un maestro tan renovador como John Coltrane. ¿Acaso las canciones de jazz no son contextos de acción y búsqueda en los que los músicos improvisan en distintas formas, explorando nuevos sonidos y direcciones? Quizás no bastan “un par de audiciones atentas” como las dedicadas para escribir el texto, pero no sólo los musicólogos o quien esté escribiendo una tesis doctoral, como afirma Sánchez-Cuenca, sino muchos aficionados al jazz disfrutan con ese juego musical de continuidad y cambio tan propio del género, y agradecen la publicación de tomas diversas de temas emblemáticos como, por ejemplo, “Impressions” (incluida en Both Directions…). Además, conviene señalar que, junto a lo que llama la “edición de luxe” y “la de pobres”, el aficionado puede escuchar el disco sin pagar en Spotify o YouTube. Su interés es más importante que su presupuesto. Por último: en lugar de suponer que “el hecho mismo de que no haya salido a la luz hasta ahora también indica que quienes organizaron la grabación no consideraron que fuera extraordinaria”, valdría la pena informar de la intensa actividad musical y discográfica del grupo en ese momento y de que la cinta de la compañía se perdió; se ha recuperado una copia privada de la familia de Juanita Naima, ex-mujer de Coltrane. Por otra parte, cuando indica que el grupo grabó el disco John Coltrane & Johnny Hartman al día siguiente en el mismo estudio, el autor opta por describirlo como “uno de los menos logrados en la trayectoria de Coltrane”. Así, acompaña un énfasis en la vanguardia con un rechazo a las baladas y el jazz vocal, ignorando su conexión y la bidireccionalidad apuntada en el título del disco perdido. En cambio, el escritor y aficionado al jazz Antonio Muñoz Molina celebra la obra “no como el preludio de algo, sino como una culminación en sí misma, dotada de esa libertad desenvuelta y sin énfasis que es propia de quien hace bien su trabajo y sabe disfrutarlo” (El País, 14/07/2018).
El anterior artículo de Sánchez-Cuenca sobre jazz –una crónica del concierto de Kamasi Washington en la Sala Riviera (CTXT, 16/05/2018)– brinda muestras más claras de la posición desde la que habla. La actuación del joven jazzman afroamericano en una sala asociada al rock despertaba, a mi juicio, el interés añadido de contar con la asistencia de público joven y el encuentro intercultural e intergeneracional asociado a su éxito. Pero, en tanto aficionado “auténtico” al jazz, Sánchez-Cuenca quiso señalar su incomodidad y distinción frente a los modernos de turno, que supuestamente desconocen los detalles técnicos sobre la historia del jazz (como si fuesen un requisito): “por fin, tuve la oportunidad de verlo en directo, en un sitio francamente incómodo, la sala Riviera de Madrid, aguantando con fastidio más de dos horas de pie rodeado de modernos y aficionados al jazz (a los aficionados se nos reconoce a la legua, casi todos hombres, ya entrados en edad, gafosos, mal vestidos y con cara de sabernos la alineación completa de la orquesta de Duke Ellington en 1934)”. El autor vuelve a señalar su distancia respecto al público del concierto y su pertenencia a un grupo “purista”, experto, masculino y envejecido cuando termina afirmando su preferencia por una escucha discográfica más íntima y exclusiva: “si para enganchar a la gente a la religión del jazz es preciso que Kamasi Washington suba la temperatura a tope en la sala, bienvenido sea. Fue una experiencia excitante y divertida. Y, luego, los aficionados gafosos podremos seguir disfrutando de sus discos maravillosos y de esa mezcla de aire y fuego que promete renovar el jazz”.
Sintiéndose excluida, Mirian Arbalejo lamentó este perfil estereotípico del aficionado al jazz: “No sé qué hacer con mi anómala existencia porque allí estuve para escribir sobre el concierto, vestida bien o mal pero de dorado y resulta que me sé la alineación completa de la orquesta de Duke Ellington básicamente de cualquier año. #MuyCansadaDeEsto” (Facebook, 17/05/2018). Este sentimiento de exclusión, que muchos comparten, indica que la reproducción de este tipo de discursos no solo no contribuye a una conversación y una divulgación de calidad sobre el jazz sino que, además, puede alejar a parte del público debido a la autentificación excluyente y al halo de distinción, a mi modo de entender trasnochada, que propone. Los aficionados e investigadores de jazz valoran y desean que el género se difunda en los medios, pero reclaman mayor humildad, corrección, proximidad y frescura en las discusiones de los críticos mediáticos, que todavía aparecen teñidas de cierto elitismo más característico de la clásica recepción europea del género que de su origen popular afroamericano. Mediante lo que el investigador Jorge García llamó un “tono de compadreo que deja poco margen para la sugerencia o la reflexión inteligente” (Facebook, 12/07/2018), la prensa española contribuye en demasiadas ocasiones a una paradójica infravaloración de la música popular al tiempo que habla de ella. Por eso, quizás no esté de más apelar a la responsabilidad y al deber informativo del periodista (musical); a la necesidad de documentarse, divulgar y razonar, y a la conveniencia de disminuir la importancia atribuida al gusto personal para incorporar el diálogo con otros puntos de vista. Quizás así el periodismo sobre jazz pueda parecerse más al propio jazz, con su constante interacción entre voces individuales y grupales, con sus llamadas y respuestas, y con un espíritu conversacional de búsqueda que se desarrolla desde el respeto a la tradición.
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Este texto fue concebido como respuesta a la cobertura que CTXT ha hecho de la publicación del disco de John Coltrane y del concierto de Kamasi Washington en Madrid. La idea era publicarlo en el mismo medio, pero no ha sido posible.